domingo, 18 de noviembre de 2012

ASUNTOS INCONCLUSOS

Bonita mañana de domingo en Valencia... Después de tres semanas lloviendo casi todos los días ya nos tocaba algo de sol. ¡Se podrían hacer tantas cosas! Hoy además toca descanso... Un domingo descansando en deporte no es tan habitual como pudiera parecer. Pero cuando te dedicas al deporte y tu equipo pierde el sábado, el domingo de descanso se ve desde otro punto de vista. Como que uno no lo disfruta igual.

¡Tantas cosas por hacer y sin parar de darle vueltas al partido de ayer! Las derrotas duelen, a uno le jode perder cuando compite. Además uno suele tener un defecto (o una virtud) que es que no busca excusas en factores externos como las virtudes del rival, los árbitros o la mala suerte. ¿Qué ha pasado con el equipo...? ¿Qué hemos hecho peor de lo que necesitabamos para ganar? ¿Cómo estamos entrenando? Ahí buscamos siempre las respuestas... porque en la mejora del equipo, individual y colectivamente, está la llegada de éxitos futuros... ¡o no! Los factores externos  van a estar siempre, la mejora del equipo es lo que nosotros controlamos y podemos modificar. No hay que rendirse, hay que estar preparados.

Sacar lo positivo (si hay algo) de la derrota, estudiar el trabajo de la semana que viene, replantear los objetivos anuales individuales y colectivos, reajustar las expectativas, y sobre todo mirar a los jugadores a los ojos y saber cómo se sienten y como piensan. Seguir confiando y darles espacio para que confíen.

¡Pero como me jode seguir enfadado, pensar en la derrota, en sus efectos, y en no disfrutar del domingo de descanso!

En castellano se dice: pasar página.

Un libro* de mi biblioteca, en esta mañana  excepcional de domingo y con mi cabeza dando vueltas al partido y sus efectos, me cuenta un cuento:

Había una vez dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, vieron a una mujer que lloraba cerca de la orilla. Era joven y atractiva.
- ¿Qué te sucede? - le preguntó el más anciano.
- Mi madre se muere. Está sola en casa, al otro lado del río, y yo puedo cruzar. Lo intenté - siguió la joven -, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda... Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora... Ahora que habéis aparecido vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar.
- Ojalá pudiéramos - se lamentó el más joven -. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Lo tenemos prohibido... Lo siento.
- Yo también lo siento - dijo la mujer. Y siguió llorando.
El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:
- Sube.
La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su hatillo de ropa y subió a horcajadas sobre el monje.
Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el joven.
Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó al anciano monje con intención de besar sus manos.
- Está bien... Está bien... - dijo el viejo retirando sus manos -, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con gratitud y humildad, recogió sus ropas y corrió por el camino hacia el pueblo.
Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al monasterio. Aún les quedaban diez horas  de caminata...
Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:
- Maestro, sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargásteis sobre vuestros hombros a aquella mujer a través de todo lo ancho del río.
- Yo la llevé a través del río, es cierto. Pero ¿qué te pasa a tí que todavía la cargas sobre tus hombros?

De repente vuelve a llover en Valencia. ¡Joder! ¡Qué peligroso es ocupar la mente con cosas no resueltas! Una cerveza... por favor.

*Bucay, J. (1995) Déjame que te cuente. RBA libros. Buenos Aires.